domingo, 18 de abril de 2010

Desde la cornisa 1:

1. A VISTA DE PÁJARO

Hace aproximadamente un año se empezaba a fraguar el nuevo logotipo del Centro que se presentó en el magnífico Acto de Clausura del curso 2006-2007. El logotipo representa, físicamente, el perfil de la cornisa del edificio del instituto, pero también puede reflejar una perspectiva elevada, alejada de la mirada superficial y a pie de tierra, como a vista de pájaro, que tendría que ayudar a ver los asuntos del centro y de su contexto con un punto de vista más general y menos individual, más generoso y menos egoísta.

A vista de pájaro, el Centro, aparece abierto, con amplios espacios exteriores y con un edificio regular, bien construido y bien cuidado. Si queremos fijarnos mejor, además de físicamente, su utilización y su filosofía también lo hacen abierto (proyectos como El Deporte en la Escuela, el Plan PROA, los proyectos de Voluntariado del AMPA Alameda, la utilización del Centro por la Escuela Oficial de Idiomas o por el CEP para diferentes cursos, etc.) y su organización, con defectos lógicos, también refleja el orden y la regularidad de su aspecto exterior.
Debido a los problemas educativos y a la urgencia y desesperación de los titulares de prensa (véase, si no, PISA, violencia escolar, acosos y demás “temas clave”) se ha perdido la visión de conjunto, una perspectiva amplia y se ha ido creando lo que yo llamo la visión corta, con orejeras: mi problema, “MIS” alumnos conflictivos, “MIS” profesores no me dejan tranquilo a “MÍ”, “MI” hijo no estudia, no se lo que hacer con “MI” hijo, etc. Las dificultades se reducen a lo personal, sin contextualizar, sin tener visión de conjunto, sin perspectiva. Otras veces se peca de lo contrario, disparando por elevación, en vez de reducir el campo de visión como en el caso anterior. Con esta postura se le echa la culpa a los demás y, siempre, a la ADMINISTRACIÓN, esa malvada culpable de todo. Es una bonita forma de mirar para otro lado, de echar balones fuera, de sacudirse las pulgas, aunque, indudablemente, la administración tiene una responsabilidad muy grande de lo que ocurre.
Frente a estos reduccionismos, la solución pasa por la implicación en el Centro. No podemos modificar las leyes educativas, no podemos cambiar la sociedad, no podemos impedir que el tiempo pase y que las cosas evolucionen. Sin embargo, y en este Centro lo hemos hecho y es uno de los mensajes más importantes de mi proyecto de dirección, PODEMOS MEJORAR EL CENTRO. Pero para ello se necesita una cosa muy simple pero muy difícil de conseguir: intentar olvidarnos de nuestros problemas individuales y comprometernos con el Centro, entender la cuestión educativa no como algo simplemente académico sino abierto a los intereses de su entorno, implicarnos en sus proyectos, participar en sus actividades, sobre todo en las que se promueva la convivencia entre los miembros de la Comunidad Educativa; porque si nos ponemos de acuerdo en cómo enfocar y solucionar los problemas generales irán desapareciendo los particulares, que en la gran mayoría de los casos derivan de aquellos. En definitiva, el protagonista de la historia es el INSTITUTO VIRGEN DEL CASTILLO, el conjunto de la Comunidad Educativa, no cada uno de nosotros.
Y eso, esa perspectiva, desde la cornisa, es mucho más fácil.

2. LA ETÉREA CALIDAD

Las Pruebas de Diagnóstico andaluzas y el Informe PISA de 2006 nos han venido a decir, simplificando (con lo que esto supone, como veremos más adelante), que estamos muy mal y que, además, en algunos casos, empeoramos en vez de mejorar. Hablo en general de los resultados andaluces, no de los del Centro, que han mejorado algo en Competencia lingüística y han empeorado un poco en Competencia matemática. Pues bien, esto nos debe llevar, primero, a buscar soluciones, no a encontrar culpables o responsables. Esto último es otro debate importante y pienso que nos distraería de lo primero, que es lo fundamental y más urgente, aunque posiblemente tenga mucho que ver.

Ante estos resultados queda claro que NOS queda mucho por hacer, y más bien a largo que a corto plazo. Para ello, se cacarea la palabra CALIDAD, pero, ¿alguien puede definirla o concretarla? Parece etérea, imposible de alcanzar. Por citar (también simplificando) las dos posturas extremas, por una parte, se dice que supondría esfuerzo y exigencia académica, con lo que se van a ir quedando por el camino aquellos que no puedan, por diferentes motivos, llegar a unos ciertos e indescriptibles “niveles”. Por la otra parte, se le daría más importancia a la equidad e igualdad de oportunidades, con lo que, por las deficiencias del sistema, se tiende a igualar por abajo. Parece difícil el acuerdo, político y social, y eso lo estamos pagando todos con el caos legislativo de los últimos años. Por otra parte, volcar la balanza hacia un lado u otro sería, en la primera postura, imposible con el sistema de educación obligatoria que tenemos, y si lo hacemos hacia la segunda, los resultados, lo estamos comprobando, pienso que no van a mejorar mucho desde el punto de vista cuantitativo.
La dificultad del equilibrio es la dificultad del acuerdo y de la esperanza de mejora a medio y largo plazo. Desde mi punto de vista, toda calidad que pase por la exclusión, normalmente del más desfavorecido, no vale. Podríamos, si acaso, solucionar los tan famosos “niveles”, pero incurriríamos en una injusticia social flagrante y en una vuelta atrás que social y educativamente es completamente imposible.
La calidad educativa se tendría que definir como la educación que puede ofrecer a cada alumno o alumna lo necesario, según sus condiciones, para poder desarrollar una vida digna. Es decir, que un Centro sea capaz de formar a alumnos y alumnas que puedan optar a un Premio Extraordinario de Bachillerato, por ejemplo, pero que también pueda ofrecer una formación básica al alumnado desfavorecido, por motivos sociales, culturales o de aprendizaje, que les permita unas condiciones válidas de desarrollo personal. Si, además, el Centro se convierte en una referencia formativa en valores, muchas veces contrarios a los hegemónicos en la sociedad, la calidad estará asegurada.
Por eso pienso, que la calidad la tenemos que resolver entre todos, porque la educación es, indudablemente, cosa de todos: la administración, proporcionando más recursos humanos y alternativas formativas, más profesorado para tener menos alumnos por aula, más desdobles y más horas de atención personalizada al alumnado con problemas de aprendizaje; el profesorado, buscando estrategias educativas que hagan posible una mejor atención a la diversidad del alumnado, asumiendo su responsabilidad como docentes comprometidos con la formación de sus alumnos; el alumnado sintiéndose mejor atendido y comprobando sus avances; y las familias, dándole más importancia a la formación de sus hijos y a la tarea docente. Es difícil, muy difícil, pero creo que es el único camino para llegar a algo que se parezca a la “calidad”.

3. EL ÍNCLITO ESFUERZO

En relación con el tema anterior de la calidad está el del esfuerzo del alumnado. Familias y profesorado tendemos a identificar esfuerzo con lo que muchos de nosotros tuvimos que hacer para conseguir algo: estudios, trabajo, etc. Es decir, tendemos a traspasar nuestros esquemas mentales a nuestros hijos y alumnos y entonces decimos que no se esfuerzan, que lo tienen todo, que conseguir cosas no les cuesta trabajo. Pero, cabría preguntarse ¿quién tiene la culpa de esto, los hijos o los padres?

Llevando este tema al campo educativo tenemos, por una parte, que la educación familiar y los cambios sociales y culturales han ido creando una sociedad de cambio constante, muy consumista y muy acomodada y, paralelamente, la extensión de la educación obligatoria hasta los 16 años ha provocado el incremento de la diversidad del alumnado. Ya no tenemos un alumno modelo como había en el sistema educativo anterior a la obligatoriedad, un alumno que ponía interés, que se ¡¡¡esforzaba!!! Ese alumnado sigue existiendo, pero ahora se ve acompañado de otros alumnos con intereses muy distintos y muy dispares que han distorsionado la, para algunos, idílica realidad anterior.
Relativamente, parece que son menos alumnos los que se interesan por los estudios, los que se esfuerzan. Pero ocurre que miramos por un prisma equivocado, por un prisma distorsionado y envejecido por el tiempo, y no caemos en la cuenta de que ahora nos encontramos, por una parte, unos alumnos más acomodados (no olvidemos que por culpa de los mayores: ellos sólo se aprovechan de lo que se les ofrece o de lo que consiguen con cierta facilidad, por lo menos más de la que tuvimos los mayores) y, por otra, una sociedad que ha creado y que crea continuamente, nuevos valores, ni mejores ni peores, sólo nuevos y diferentes, que en muchos casos chocan con los valores de la escuela y con la transmisión tradicional de saberes académicos.
Por ello, actualmente el esfuerzo no es algo objetivo, sino relativo, porque podemos entender como esfuerzo el que un alumno con problemas de aprendizaje derivados de problemas sociales soporte una clase magistral sobre la Revolución Francesa o la Teoría de la Relatividad y, también, el que un buen alumno realice un trabajo personal sobre alguno de estos temas. O lo que es lo mismo, el alumnado sin problemas de aprendizaje se esfuerza según sus posibilidades, es decir, estudiando, haciendo sus deberes, sacando buenas notas, pero el alumnado inmigrante, el de necesidades educativas especiales, el que tiene una familia desestructurada, también se esfuerza, y muchos de ellos sólo con venir a un centro que intenta solventarles sus problemas, no quitárselos de en medio porque no alcanzan el nivel de los primeros, están haciendo bastante. Esta diferencia es la que algunos no ven.
En mi experiencia docente he encontrado tanta o más satisfacción con la mejora de los resultados de un alumno conflictivo, con problemas de convivencia, familiares y de relación con los demás y que al final consigue su Título de Secundaria (aunque para algunos “lumbreras” eso se haya convertido en un regalo) que con un alumno brillante de Bachillerato que haya podido alcanzar matrícula de honor. Podemos preguntarnos el porqué, pero está muy claro: del segundo se esperaba, pero del primero siempre se tenía la duda de si abandonaba o continuaba. Creo que los dos alumnos ofrecen también modelos de “esfuerzo", los dos han realizado un esfuerzo desde sus condiciones de partida para alcanzar su meta o, al menos, una de las muchas metas que tiene que ir cubriendo a lo largo de su vida.
En definitiva, que antes de decir “este o aquel alumno no se esfuerza” o “mi hijo no se esfuerza”, tenemos que pensar que no hay una única vara de medir el esfuerzo y que lo que para algunos es simple y sencillo puede resultar complicado e imposible para otros.

4. DESASTRE O HASTÍO

El panorama que se desprende de la falta de calidad y de la falta de esfuerzo del alumnado, o al menos de la falta de claridad en las connotaciones actuales de ambos conceptos, puede resultar desolador o, al menos, así se puede plantear desde ciertos puntos de vista. Sin embargo, si todo es un desastre, qué alternativas se plantean. Pienso que habrá que intentar solucionarlo, ¿o nos quedamos de brazos cruzados?

Por ejemplo, nos llevamos las manos a la cabeza con los datos del informe Pisa, al menos con los datos que se conocen por los medios de comunicación, porque ¿quién conoce o ha analizado los siguientes datos: España tiene una media en Ciencias de 488 y Andalucía de 474, siendo la media de la OCDE de 500. Bien, pues si supusiéramos que se nivelara la situación socioecoonómica, España tendría 498 y Andalucía 495. Si por otra parte, nos fijamos en las familias con padres que han realizado estudios universitarios (26 % es España y 18 % en Andalucía) la media es de 524 en España y 513 en Andalucía. Finalmente, si nos detenemos en las familias que tienen más de 500 libros en su hogar (9 % en España y 5 % en Andalucía) la media sube a 542 en España y a 554 en Andalucía.
De estos datos podemos extraer dos conclusiones fundamentales:
- Descontado el diferencial socioeconómico (Índice de Estatus socioeconómico y Cultural o índice ESCS) nos acercamos más a la media de la OCDE y a la española. De esta forma, los resultados no son excelentes, pero si mejorarían, nos acercarían a la media.

- El porcentaje de familias con padres con estudios universitarios o con una importante cantidad de libros en casa, es muy inferior en Andalucía que en el resto de España y en el segundo elemento casi la mitad. Como podemos ver, estos criterios marcan unos resultados excelentes (muy por encima de la media en algunos casos) para esos alumnos y el hecho de que el porcentaje sea menor en Andalucía lastra mucho el resultado global.


Con estos datos y estas conclusiones no se quieren justificar unos resultados claramente nefastos sino demostrar dos cosas: Primero, que los titulares de prensa no ilustran ni son dogmas de fe, sino noticias interesadas para vender y muchas veces tenemos sólo una opinión sobre este tema por esos titulares y no por el análisis de los datos o por la reflexión sobre este importante problema. Y segundo, que tenemos que hacer algo para mejorar, porque, si no me equivoco mucho, los problemas educativos también pueden solucionarse desde este ámbito, por lo que todos tenemos que arrimar el hombro, aunque resulta muy fácil escudarse en los demás y cargarle el muerto a otros (las familias al profesorado, éste a aquellas, el alumnado a ambos, etc.)

De todas formas, si concluyéramos que el sistema educativo es un desastre, sería muy prudente por nuestra parte y, sin lugar a dudas conveniente, considerar qué tendríamos que hacer. La alternativa de volver atrás, además de imposible por la dialéctica histórica, sólo traspasaría el problema a otros ámbitos: laboral, social, orden público, etc. Sólo la alternativa de concienciarse de que es un problema general y de todos y de que tenemos que hacer lo posible, y más, para mejorar, debe ser válida. Pero aquí nos encontramos el hastío, no el desastre.
Para ilustrar lo anteriormente expuesto podemos utilizar dos ideas básicas de José Antonio Marina: que la educación es un diplodocus dormido y que para despertarlo y ponerlo en marcha hace falta el esfuerzo de todos: la movilización educativa. Es decir, que tenemos en nuestras manos, en las del profesorado, en las de las familias, en las de los medios de comunicación, en las de las oeneges, etc., un potencial formativo enorme y que no lo aprovechamos porque, como se dijo al principio de esta reflexión, nos puede más la visión parcial que una perspectiva más general y elevada.

En definitiva, y para concluir, pienso que las sensaciones que tenemos sobre el fracaso del sistema educativo son muy superficiales y que sólo con una perspectiva de conjunto y con el esfuerzo de toda la sociedad podremos resolver sus deficiencias y mejorar la formación de nuestros jóvenes, que creo es lo que nos importa a todos. Pero… si de todas maneras se sigue pensando que el sistema educativo es un desastre mayúsculo… ¿no sería, entonces, todavía más conveniente este esfuerzo?


Manuel Jesús Fernández Naranjo

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